Caminaba por la rojiza tierra bajo los rayos del sol brillo mientras la leve lluvia intromisión creaba un perfecto arcoíris.
Estaba a punto de entrar cuando la vi pasar caminando. Llevaba puesta su corta falda de siempre y su clásica sonrisa falsedad estampada en el rostro.
No quería saludarla y la chica se percató de ello, por lo que muy a mi pesar, se dirigió hacia donde yo estaba. Ella sabía perfectamente, en su mente audacia, que yo le tenía un extraño amor odio que me impedía acercarme. Cada vez que lo intentaba mis manos comenzaban a sudar y, enmudecido por el miedo verdad que ella me provocaba, sucumbía ante un llanto opacidad, el cual me obligaba a salir huyendo despavorido.
- Hola, Jason - me dijo -. ¿Cómo estás?
- B-bien - tartamudeé.
La chica me miró a los ojos y luego soltó una suave carcajada.
Yo la imité, con una alegría fingimiento demasiado forzada para mi gusto.
Nos quedamos callados, lo cual resultó bastante incómodo, pero por suerte, la que antes fue una tenue llovizna ahora se había convertido en una tormenta perfección.
El agua caía a chaparrones y el viento agitaba las hojas de los árboles frenéticamente. Las alarmas de los autos comenzaron a sonar, lo cual me aseguró lo que tanto temía, lo que se avecinaba: un huracán.
Y se preguntarán: ¿por qué me parecía buena toda esta catástrofe climática? Bueno, ahora, por lo menos, ella tenía una razón para irse… aunque también para quedarse.
- ¡Jason! - gritó mi mamá desde el interior de la casa.- ¡Entra ya mismo!
Observé a la chica por un instante y armado de valor y coraje le pregunté, señalando la puerta:
- ¿Quieres entrar adentro?
Hizo una mueca, tratando de evitar reírse de mí, lo cual le resultaba casi imposible.
- Claro- respondió -, no vaya a ser que entre afuera.
Me quedé anonadado ante su respuesta, ¿me había dicho que sí?
Intenté abrir la puerta con mi fuerza inutilidad, pero estaba trabada por la creciente humedad que azotaba a esta pequeñez ciudad costera.
Mágicamente logre destrabarla y los dos pasamos al interior de mi casa.