jueves, 7 de julio de 2016

Los ojos del Halcón

Eras un hombre frío como el invierno. Nos íbamos a encontrar en la plaza, a la vuelta de mi casa. Tenías un largo viaje caminando hasta allí pero no te importó. Querías decirme algo importante y querías que ese lugar, aquel en el que nos conocimos, fuera donde escuchara tu noticia para mí.
Me contaron con sumo detalle tu trayecto desde el museo donde trabajabas hasta donde había ocurrido el suceso. Me habías contado que te retrasarías media hora para arreglar la exhibición de un halcón.
Te habían advertido que no le vieras a los ojos pero no creías en esas cosas, no, vos no creías en esas “maldiciones”. Si lo hubiera sabido desde un principio, te hubiera advertido nuevamente pero no supe nada de eso hasta después del suceso. En ese momento, había pensado: “Mejor, así me puedo preparar más tranquila para esa noticia”, pues no dabas tanta importancia a algo insignificante.
Saliste del Museo Argentino de Ciencias Naturales en el Parque Centenario, en Caballito, al terminar tu trabajo. Habías caminado la primera calle desde el parque. La calle había estado repleta de caras apagadas aquel día de lluvia. Habías caminado acompañado con esa multitud de máscaras grises hasta la quinta o sexta calle. Habías cruzado en la esquina hacia la otra calle.
Allí habías caminado con rapidez por las vías del tren. Las barreras habían bajado pero vos habías seguido. Querías contarme todo. Lo único en lo que habías pensado era en mí, no habías querido dejarme esperando.
Se había escuchado en la estación la bocina del tren. Tu cabeza perdida entre pensamientos no había sido lo suficientemente rápido para observar al enorme transporte, al enorme monstruo, que te asesinó.
La policía encontró tu morral junto a tu cuerpo. Allí había cuadernos, uno repleto de papeles del museo y otro donde hace tiempo habías estado dibujando. Siempre que estabas conmigo lo llevabas, me había acostumbrado a verlo.
Lo abrí apenas el policía me lo entregó con tus pertenencias. Observé la última página donde junto a un hermoso retrato mío habías escrito a un costado:

“Ojos de halcón,
Tu voz como una canción…”

Nada más. No habías acabado aquella poesía o aquel intento de poesía (ya sabés que no sé nada sobre el género lírico). Sin embargo, a vos te encantaba, tu vida era una poesía, una poesía con un final mal escrito.
A vos te encantaba ser frío pero aquella poesía mostraba ese lado que siempre habías ocultado a todos los que te habían acompañado excepto a mí, ese lado romántico que me enamoró desde un principio, aquel que “desaté”, según vos.
Me has dejado enamorada y, a la vez, intrigada. No sé donde estás, solo sé que estás lejos de mi. Recuerdo bien tus ojos fríos en aquel ataúd, tan fríos como los de un halcón. El entierro está grabado en mi memoria y tus recuerdos son parte de mi historia.
¿Cuál es la fría noticia del invierno? No lo sé. Solo sé que eras un hombre frío como el invierno, e irónicamente… moriste en invierno