Cuando sea adulto, tal vez ni cuenta me dé de que lo soy. Tal vez esté
en mis 30, con cinco gatos (humanos o animales) en un silloncito,
pensando cómo abonar el alquiler cuando estudié arte sabiendo bien que
no pagaba lo suficiente. Por ahí me habría ahorrado esos mangos en
alguna carrera que me dejaba en una oficinita, uniformado, atento a las
órdenes de un jefe abusador.
En fin, tal vez mi adultez no me note, o yo no la note, pero sé que los años no pasarán en vano.
Porque
cuando sea adulta, no lo notaré, pero sí sabré de las marcas que dejó
mi adolescencia, y, cuando las comprenda, sabré que soy adulta.