lunes, 16 de abril de 2018

Dos hermanas promedio

- ¡No! - Mercedes gritó desde el otro lado de la casa, cosa que no era mucha distancia. - Es tu turno de lavar la ropa. ¡Siempre hacés lo mismo!
Clara podía ver el humo saliendo de la cabeza de su hermana, su cara estaba completamente roja y esta era la señal para que desapareciera del departamento lo más rápido posible. Y lo hizo con un sutil movimiento de nariz seguido por una nube de humo, dejando ver que no había nada.
Las calles de Italia eran hermosas, nunca se cansaría de estos paisajes, sin importar cuántas veces los visitara.
- ¿Vos te creés que te podés escapar de mí? - Clara miraba a Mercedes con desdén así que ignorándola siguió su camino. Su hermana reapareció frente a ella evitándole el paso.
- Sos insoportable, Mechi - la cara de Mercedes estaba llena de furia ante el sobrenombre que tanto odiaba. - Siempre tan correcta vos.
- Solo te dije que hicieras una cosa. Y ni eso te dignás a cumplir.
Mercedes se encontraba extremadamente irritada, tanto que sus ojos se tornaron verdes.
- No podés resolver todo con magia.
Hechizos comenzaron a tirarse entre ellas, humo y chispas cubrieron toda la escena. Estuvieron así durante horas, hasta que, ya agotadas y todas despeinadas, no quedó ni un gramo de ira en sus miradas. El tenso silencio fue llenado por fuertes risas de ambas hermanas, y se fueron acercando para abrazarse.
Después de todo, esto solo era un día más en su tranquila vida.

domingo, 15 de abril de 2018

Cómo te gusta

Siempre. Siempre así.
Camina las mismas cinco cuadras.
Los mismos cinco días. A veces, los mismos fines de semana, aunque era sólo cuando necesitaba unos mangos de más. No es como si le pagaran mucho igual pero, algo es algo.
Los mismos horarios de mierda.
Las mismas quejas incesantes.
Las mismas uñas con el esmalte descascarado, los mismos dedos golpeteando el escritorio de caoba.
Tic, toc.
Tic, toc.
Se escuchan gritos.
Tic, toc.
Tic, toc.
Se escuchan llantos.
Tic, toc.
Tic, toc.
Es todo igual que siempre. Ahora mismo, una empleada (o más bien ex empleada en este momento) está saliendo de la oficina del jefe (¿o jefa?). No importaba, era uno más de esos retorcidos.
Este cuenta como el despido número ciento catorce en el año, y apenas llevan dos meses.
Ella reza a Dios todopoderoso, para que el desviado de su jefe no la eche de la empresa.
Se va a casa y descansa.
Las mismas cinco cuadras, los mismos sonidos irrirantes de sus stiletto Vuitton.
Es otro día.
Todo se repite.
Sólo que hoy, su jefe la llama.
Ella se prepara.
Reza un par de ave marías.
Tira un poco de agua bendita, esperando a que...cambie de orientación.
Abre la puerta y algo se ilumina, como si fuese una señal de Dios.
Un objeto metálico. Perfecto.
Él empieza a hablar.
No lo escucha.
Hace sus ademanes ordinarios.
Ella se asquea.
Se acerca.
Agarra el objeto metálico.
Sonríe.
Lo apuñala.
Y sigue sonriendo.
Agradece a Dios por mostrarle el camino, y alejarla de la desviación.
Encaja el puñal más profundo.
Cómo parece gustarle al puto.
Otra vez, agradece a Dios.

sábado, 14 de abril de 2018

El libro maldito

Estoy en el tren, rumbo a mi nuevo hogar. Un pueblo alejado de la ciudad, en una pequeña pero reconfortante cabaña cerca de un bosque. El tren para, tomo mis maletas y bajo. Las personas son misteriosas, es un ambiente solitario y triste, pero para mí, es el paraíso.
Camino por las calles solitarias mientras el sol ilumina mi rostro.
Después de tanto caminar, por fin llego a mi destino, una cabaña rodeada de una cerca blanca; abro la pequeña puerta de la cerca y atravieso al hermoso jardín para llegar a mi nueva casa. Al entrar, todo está oscuro, prendo la luz, mesas repletas de papeles y libros viejos, polvo por todos lados, ventanas sucias al igual que el suelo.

Caminé por los sucios y oscuros pasillos hasta encontrarme con una vela, la encendí y seguí mi camino con esa débil luz. Encendí cada luz y vela que encontré en mi camino; una vez que todo el lugar quedó iluminado comencé a limpiar y ordenar, luego llevé mis maletas a la habitación de arriba. Dejé mis cosas sobre la cama, y cuando quise salir, me encontré en el suelo, a la salida de mi habitación, un libro encuadernado en azul gastado. Lo tomé y lo abrí, la caligrafía era cursiva y tenía muchos garabatos.
Bajé las escaleras y me senté en un sofá rojo sangre frente a una fogata. Comencé a leer.
- Una mujer, cuyo esposo la abandonó, cuida de sus dos hijas. Un día, ella fue a buscar a su hija menor llamada Lucía - como yo - pero lamentablemente no llegó a buscarla... Un camionero la mató en el camino - igual que a mi madre -. Desde ese día la niña Lucía se sintió culpable por la muerte de su madre, ya que si no la hubiera ido a buscar, no habría muerto.
El fuego comenzó a moverse bruscamente, las ventanas eran golpeadas por el viento, las luces se prendían y apagaban, las hojas del libro comenzaron a moverse por cuenta propia.
Tiré el libro del miedo y en ese momento dejaron de moverse las hojas y quedó abierto en una que decía:
- Muere...
Escuché el aullido de un lobo y salí de la casa, comencé a correr y antes de que me diera cuenta ya estaba en el bosque. Mierda. El lobo me sigue, no paro de correr, hasta que caigo en un pozo. Veo a mi alrededor y hay cadáveres por todos lados, retrocedo y piso un cráneo.
- ¡No quiero morir! - grito con desesperación, con un nudo en la garganta.
Veo sobre mí la sombra de un lobo grande, el libro vuelve a aparecer frente a mí, pero esta vez dice:
- Lucía muere. Fin.

jueves, 12 de abril de 2018

Frente al espejo, mi rostro o el de otro

No encuentro la forma de explicar cómo me siento cada vez que recibo aquellas miradas de desprecio, asco y disgusto. Pero tampoco hay forma de que entiendan la satisfacción que experimento cuando logro apreciar el terror en la cara de mis víctimas.
Frente al espejo, observo mi reflejo: "un adolescente con problemas de autoestima, problemas que olvida cada vez que sale con sus amigos, pero también un chico que sufre del maltrato en la escuela". Algo típico. Normal. Aburrido.
Abro la canilla y con el agua que sale a velocidad limpo mi rostro salpicado de la sangre de una desafortunada persona que pasaba frente a mí en el momento menos indicado. Sonrío.
Ya en la escuela. Abro mi casillero intentando evitar la mirada de los demás. Es molesto ser el centro de atención para la gente que solo busca problemas. No entiendo qué es lo divertido de molestar a aquellos que lo único que quieren es ser ignorados.
El horario escolar está llegando a su fin, por lo que me apuro a llegar a la salida. Antes de lograrlo, dos de mis personas menos favoritas se cruzan en mi camino con el objetivo de arruinar mi vida. Una rutina.
Con un poco de esfuerzo salgo del tacho de basura al que fui lanzado violentamente. Adolorido por todos los golpes recibidos emprendo mi camino a mi casa. Una vez recostado en la comodidad de mi cama, me tomo el placer de dejar de lado mis tareas y llamar a mis amigos para relatarles cómo, supuestamente, yo lancé a un tacho de basura a aquellos que intentaban molestarme.
Mentiras.
Mentiras son las que cuento en mi día a día. Doy vuelta los sucesos para hacer ver que "yo" soy el coentro de lo importante.
Siempre me quedo esperando que se haga tarde para saltar por la ventana junto con aquel objeto filoso que escondo bajo un par de cajas apiladas sin ninguna utilidad.
Corro por las calles desoladas hasta legar al centro de una plaza, cerca de mi escuela, que frecuentan personas ebrias. Allí, me dejo caer sobre un árbol esperando que alguien pase por debajo mío.
Suelo buscar víctimas que se asocien con el tipo de maltrato que protagonicé ese día.
Creo encontrar a la persona adecuada cuando veo a un adolescente caminar adolorido y embarrado de basura, por lo que, con entusiasmo, salto sobre él, y sabiendo que nadie me presta atención, me encargo de apuñalarlo cuantas veces me parezcan necesarias para verlo sufrir.
Veo su rostro, sucio, desfigurado del terror y con una mueca de dolor puro, pero destrás de todo ese sufrimiento me veo a mí, llorando en el baño mientras que con un objeto afilado que tengo escondido bajo cajas sin ningún uso, desgarro mi piel intentando ver en el espejo las muecas de dolor que ocasiona la pérdida de sangre.
Y es ahí, cuando veo el brillo de sus ojos opacarse, que me detengo y lentamente vuelvo a mi casa sonriendo por haber visto el dolor en la cara de otra persona y no en la mía.