No encuentro la forma de explicar cómo me siento cada vez que recibo aquellas miradas de desprecio, asco y disgusto. Pero tampoco hay forma de que entiendan la satisfacción que experimento cuando logro apreciar el terror en la cara de mis víctimas.
Frente al espejo, observo mi reflejo: "un adolescente con problemas de autoestima, problemas que olvida cada vez que sale con sus amigos, pero también un chico que sufre del maltrato en la escuela". Algo típico. Normal. Aburrido.
Abro la canilla y con el agua que sale a velocidad limpo mi rostro salpicado de la sangre de una desafortunada persona que pasaba frente a mí en el momento menos indicado. Sonrío.
Ya en la escuela. Abro mi casillero intentando evitar la mirada de los demás. Es molesto ser el centro de atención para la gente que solo busca problemas. No entiendo qué es lo divertido de molestar a aquellos que lo único que quieren es ser ignorados.
El horario escolar está llegando a su fin, por lo que me apuro a llegar a la salida. Antes de lograrlo, dos de mis personas menos favoritas se cruzan en mi camino con el objetivo de arruinar mi vida. Una rutina.
Con un poco de esfuerzo salgo del tacho de basura al que fui lanzado violentamente. Adolorido por todos los golpes recibidos emprendo mi camino a mi casa. Una vez recostado en la comodidad de mi cama, me tomo el placer de dejar de lado mis tareas y llamar a mis amigos para relatarles cómo, supuestamente, yo lancé a un tacho de basura a aquellos que intentaban molestarme.
Mentiras.
Mentiras son las que cuento en mi día a día. Doy vuelta los sucesos para hacer ver que "yo" soy el coentro de lo importante.
Siempre me quedo esperando que se haga tarde para saltar por la ventana junto con aquel objeto filoso que escondo bajo un par de cajas apiladas sin ninguna utilidad.
Corro por las calles desoladas hasta legar al centro de una plaza, cerca de mi escuela, que frecuentan personas ebrias. Allí, me dejo caer sobre un árbol esperando que alguien pase por debajo mío.
Suelo buscar víctimas que se asocien con el tipo de maltrato que protagonicé ese día.
Creo encontrar a la persona adecuada cuando veo a un adolescente caminar adolorido y embarrado de basura, por lo que, con entusiasmo, salto sobre él, y sabiendo que nadie me presta atención, me encargo de apuñalarlo cuantas veces me parezcan necesarias para verlo sufrir.
Veo su rostro, sucio, desfigurado del terror y con una mueca de dolor puro, pero destrás de todo ese sufrimiento me veo a mí, llorando en el baño mientras que con un objeto afilado que tengo escondido bajo cajas sin ningún uso, desgarro mi piel intentando ver en el espejo las muecas de dolor que ocasiona la pérdida de sangre.
Y es ahí, cuando veo el brillo de sus ojos opacarse, que me detengo y lentamente vuelvo a mi casa sonriendo por haber visto el dolor en la cara de otra persona y no en la mía.