Estaba volviendo del trabajo, cansada. A punto de entrar a mi casa, me detuve. Empecé a escuchar ruidos dentro de esta. Tomé valentía para entrar. Había un gran desorden y se oía una voz.
Aterrada de que pudiese ser un ladrón, aferré mis llaves con todas mis fuerzas, dispuesta a pegar a la persona con ellas. Llamar a la policía no se me pasó por la cabeza. Debía tres meses de alquiler que estaban cerca de convertirse en cuatro y ni un solo peso para pagarlos. A ver si, en vez de ayudarme, me tiraban a la calle.
Sacando fuerzas de mis bolsillos vacíos, salté frente a la fuente del ruido, dispuesta a hacerle frente al ladrón.
Pero era solo mi golden, Blondie.
-Hola, sarnosa - dije con una sonrisa, acariciando su cabeza. - Qué susto que me diste. Casi pensé que había escuchado a alguien hablar.
Suspiré y me tiré al incómodo sillón del pequeño living de mi departamento.
-Qué día de mierda - me quejé con mi perra- La tarada de mi jefa se pone cada vez más tarada. Como si fuese posible, viste. Que cuando parece que llegó un punto que alcanzó el límite de la taradez, se supera a sí misma.
Cerré los ojos y, ya entre las brumas del sueño, seguí hablando con Blondie.
-¿Y a vos cómo te fue, mi amor? Ya que no tenés ninguna jefa tarada, supongo que tu día estuvo bien. Debe ser divertido desordenarme toda la casa, ¿no?
-La verdad que sí - me contestó una voz.