Me perseguía su figura.
Sus ojos.
Su sonrisa.
Sus labios.
Nunca imaginé que después de tanto tiempo,
tantas idas y vueltas,
tantos ir y venir de la vida, alguna vez hubiese conseguido verla de nuevo.
Pero ahí estaba.
Más hermosa y delicada que de costumbre.
Su escultural cuerpo palidecía volviéndose uno con la nieve que estaba a su alrededor.
Mi mente se adormeció de tal manera que pocos pensamientos reptaban hasta mi subconciente.
Aun así, todavía en este estado de somnolencia, salté al auto aparcado a un costado del camino y pisé a fondo el acelerador, no sin antes frenar para verla una última vez, tan calmada como siempre.
Ya no me perseguía su figura.
Sus labios.
Su sonrisa.
Sus ojos.
Su cadáver.