Todos escondemos un secreto. (O eso decía mamá). Un algo que no queremos decir. Y ella no es la excepción.
Estaba en su mente todo el tiempo. Amaba a aquella semilla que deseaba ocultar: sabía que aquel fruto futuro no sería querido en el Edén. Pero deseaba cuidar ese árbol aunque no creciera en tierra prohibida y fértil.
Deseaba mantener aquello en secreto. La escuché decírselo a su tía. Le pedía ayuda y compañía en la tierra infértil. Ella la ayudó a regar aquel árbol como también aquel otro jardinero preocupado por el florecimiento de tal belleza. Lo observaron crecer por dos meses, cuando de repente, sentí cómo mis raíces se marchitaban. No pude respirar más. No la pude oir más... ni siquiera la sentía. Todo se había apagado y lo único que escuché fue el llanto a distancia de una bella pero marchita flor que no volvería a ser la misma después de aquel tatuaje.
jueves, 5 de octubre de 2017
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