viernes, 10 de noviembre de 2017

Circulado I

Había empezado a leer la novela unos días antes. ¿Le gustaba? Para nada. Era de esas novelas que son puras palabras sin sentido, puestas ahí para rellenar ese manojo de hojas gigante. Pero tenía que hacerlo.
Quería tener algo en común con él, gustarle de alguna forma, o interesarle de otra, así podrían charlar por horas y horas de ese tema en especial.
Así, solo le hablaría y la vería a ella. A ella solita, otra vez, por horas, horas y más horas.
Fue entonces que empezaron a ocurrir cosas extrañas. En el pueblo apareció un cadáver no identificado de una niña. Y ese mismo día desapareció la hermana de él, de Agustín. A los pocos días se logró saber que era el cuerpo de su hermana pequeña, Ana. Lleno de impotencia fue al departamento de policía y decidió asesinar al posible culpable. Me pidió ayuda y así fui a acompañarlo hasta la casa del posible asesino. Nos concentramos en nuestra división de tareas. Sin mirarnos ya, atados rígidamente a la tarea que nos esperaba, nos separamos en la puerta de la cabaña.
Fue una sorpresa para nosotros cuando, al entrar a la casa, esta estaba vacía. Una leve luz asomaba al pasillo y un leve sonido le acompañaba. Los dos avanzamos sigilosamente hacia aquella misteriosa puerta. Ambos palidecimos ante lo que vimos: sangre iluminando la habitación, la televisión encendida y la cabeza decapitada del hombre en el sillón leyendo una novela.