Sonó el despertador. Me desperté en la habitación. No quería despertar a Fabián. Tenía que irme a trabajar, así que con ternura y suavidad toqué su cabello y le di un beso en la frente.
El amor que sentíamos era intenso y no pararía nunca, pero ese día todo iba a cambiar repentinamente y no lo sabía.
- Eu, te quiero, cariño.
Se había despertado. Era tan tierno verlo entredormido en la cama después de hacer el amor. Me terminé de cambiar y salí a la calle. Pasé por una tienda donde vendían mamelucos para bebés y pensé en ese niño que habíamos perdido.
¿Alguna vez tendríamos la posibilidad de formar una familia? Después de mi jornada volví del trabajo y me encontré con una nota de Fabián en la heladera. "Encontrémonos en la plaza de la esquina, tengo algo que mostrarte".
Fui a la plaza y me di cuenta del engaño porque no tenía nada para mostrarme. Solo nos pusimos a hablar y decidimos ir a tomar un café con leche. Después nos dirigimos al departamento, y al prender la luz, me mostró una torta con un estuche pequeño donde yacía un anillo.
- Belén, hemos pasado por mucho juntos y me parece que es tiempo de preguntártelo: ¿quieres casarte conmigo?
Acepté con lágrimas en los ojos de la emoción y, de la nada, empezamos a escuchar un maullido de un gato. Estaba en el marco de la ventana, solitario. Decidimos aceptarlo en nuestro hogar y llamarlo "caca" por un dios egipcio llamado así. Apagamos la luz y nos fuimos a dormir con nuestro nuevo integrante de la familia. Habíamos decidido ir mañana de noche a la playa y comprar churros para celebrar nuestro compromiso. Solo nosotros, bajo la noche estrellada.