jueves, 1 de junio de 2023

Antología de tardes en mi balcón

Cada atardecer en esta furiosa ciudad donde nadie se mira a los ojos, nadie pregunta
por qué ni cuándo
donde no importa lo que es mío o tuyo, un anciano se sienta en el cordón de una esquina de aquella avenida.
Presencio su presencia.
Este anciano parece muy particular, su dedo siempre suele mirar
a nadie le importa, nadie lo ve, triste casi como un ente se lo ve divagar.
Excepto yo, que desde mi balcón lo suelo contemplar.
Esa esquina frívola donde el sol nunca pega
me hace dudar, dudar de si ese hombre realmente se sienta allí por tristeza.
Y yo observando con inercia,
quisiera ayudarlo, de alguna forma rescatarlo.
Un afortunado atardecer, a mi parecer, decido lanzar un anillo que le robé a mi madre hacia aquella esquina para captar su atención, y casi sin querer, lo ayudé.
No miró de dónde cayó, apenas lo vio, sin siquiera dudar lo agarró y lo calzó en el dedo que siempre solía mirarse.
Sin sacar la vista de su mano, comenzó a llorar.
No sé por qué, sólo lo miré.
Fue instantáneo, casi magia, lo que un simple gesto, impensado, causó a simple vista en este anciano.
Ahora cuento esta historia, desde el mismo balcón, mientras miro aquella esquina, que me devuelve a la interrogación que me dejó un poco desentonado en la duda.
Desde aquel entonces,
desde ese atardecer,
no lo he vuelto a ver.