Sonó el despertador por cuarta vez consecutiva.
Un suspiro profundo. Un desaliento. Un parpadeo.
Desde hace ya tres meses despertaba creyendo que sería el día.
"Amor", escuchaba en mi oído. Ella me llamaba, insistía.
Hace tiempo que no dormía a mi lado, pero su presentimiento de que hoy sería "el día" la había llevado a hacerlo.
Sostenía
al bebé en sus brazos, tan pequeño, con su mameluco color verde claro y
las mejillas coloradas. Parecía un engaño, algo increíble.
Una taza
con té con leche se asomaba por la mesita de luz, acompañando al resto
de la sucia vajilla abandonada a lo largo de los meses.
Al verlo, nada me generaba, tal vez algo de ternura, pero no el cariño que tendría que tenerle a mi propio hijo.
-
¡Mierda! - dijo sin la intención de insultar. - Mamá está abajo hace
diez minutos. Tengo que irme. Hay churros en la cocina. Y otras
facturas.
Y eso fue. Un beso y la esperanza de que hoy sería "el día", depositada en mi frente.