viernes, 11 de septiembre de 2015

La ruleta

Había una vez un bello simio llamado Umpalumpa, el cual quería ser un futuro cazador oculto, y así enorgullecer a su familia.
Tomó a su mascota, un escuálido gato negro, y salió de su casa rumbo a una aventura. Pero antes de hacerlo, tenía que cumplir con un rito, una tradición que se había hecho desde hacía siglos en su familia. Se subió a una roca y lanzó lo más fuerte que pudo un profundo grito de guerra.
Y así, se despidió de su hogar para comenzar con la travesía.
Era de noche, no había comido ni bebido desde que salió de su casa.
La noche lo cubría todo, la luna no había salido y las estrellas, en un vago intento de iluminar el cielo, brillaban cual diamantes.
Nuestro simio se acostó de costado sobre el frío suelo para tomarse una ligera siestita y luego seguir con su rumbo.
De repente, voces sin rostros surgieron de la oscuridad, hablando de una tragedia, de una masacre y de un extraño carro nupcial.
El cuerpo de Umpalumpa comenzó a prenderse fuego, desde la cabeza hasta las pantorrillas, pero extrañamente no los pies.
Estas nuevas complicaciones en su aventura no ayudaban mucho. Sin embargo, su gato, Cherry, soltó un grave maullido, al cual una voz se interpuso.
Esa estruendosa vocecita gritaba constantemente: "¡He resucitado! ¡He resucitado!"
Temeroso, Umpa tomó su cabeza entre sus manos. Asombrosamente, la voz se calló, pero su dedo índice comenzó a hacerle cosquillas.
El simio miró su mano derecha. En uno de sus dedos se había formado una pequeña cara.
- Hola - dijo Umpa, con miedo en su interior.
La cara cerró sus ojos.
- Me das escalofríos - continuó el simio -, pero a la vez ternura, así que te llamaré Gorgopichu.
Gorgopichu frunció el ceño, evidentemente molesto.
- ¡Hey! - exclamó la cara - Tengo nombre propio.
- ¿Y cuál es? - le preguntó.
En ese preciso momento la extraña cara de su dedo comenzó a brillar y a largar fugaces chispas que explotaban en pequeños fuegos artificiales que despedían brillantina.
La luz era tan llamativa e incandescente que el simio tuvo que cerrar sus ojos.
Luego, la luz se apagó.
Umpa abrió sus pequeños ojos marrones y para su sorpresa la carita se había ido y en su lugar había dejado una margarita violeta.
Así, el primate volvió a estar solo, solo con su gato, en la infinidad de ese oscuro bosque, pero esta vez con el color que le brindaba la preciosa flor, la cual le daba ánimos y esperanzas para continuar con su travesía.