miércoles, 16 de septiembre de 2015

Voces sin rostro

Había una vez, en medio de la Segunda Guerra, una pequeña muñeca. Siete años tenía ella y le encantaba jugar, más con su hermano, el extraño cazador oculto, uno de los más hábiles del lugar. Familia no tenían, más que el gato negro de la esquina, un felino tan ruidoso que, a mitad de la noche, su grito de guerra podías escuchar. Siempre hambrientos los hermanos estaban, ya que sólo comían y bebían lo poco que encontraban. Ellos siempre ignorados, al costado de la sociedad. Eran voces sin rostro que nunca nadie iba a escuchar. Hasta el 27 de septiembre, un hermoso día de primavera en que un carro nupcial paró enfrente de ellos. Una adorable pareja bajó y los miró desde la cabeza a las pantorrillas. Les pidieron que vivieran con ellos sin nuevas complicaciones cada día.
- He resucitado - dijo el hermano mayor al ver que los dos un nuevo hogar tendrían.
La pareja lo miró por la rara expresión que el joven había usado.
La mujer y el hombre se pusieron a discutir, ya que pensaban en un nombre propio para cada uno de sus nuevos hijos.
Los niños subieron al auto y a su nuevo hogar llegaron. Muy felices de por fin en una familia haber estado.